El gran festín
Las primeras en llegar a la fiesta fueron las moscas, atraídas por supuesto por el dulce olor de la carne en descomposición. Segundo, fueron las ratas, duraron un poco más en entrar porque tenían que atravesar la madera para poder disfrutar del delicioso y fresco manjar. Tercero, fueron sus aguafiestas vecinas, que llegaron a envidiar lo que ya casi ninguna poseía y a burlarse de su terca determinación por no migrar. En ese espacio tan confinado había una extraordinaria mezcla de olores, sonidos y sensaciones. Era un carnaval para los sentidos: para el oído se escuchaba la sinfonía de los roedores masticando y desgarrando con glotón ritmo, para los ojos se veía a los gusanos moverse debajo de la piel en coordinada coreografía cuales nadadores sincronizados y para el olfato y el gusto el show pirotécnico de los gases que explotaban como coloridos fuegos artificiales en un día de feria. Aquel carnavalesco espectácu...