La coleccionista de heridas

Le gustaba coleccionar heridas 

su pasatiempo favorito 

era mantenerlas frescas 

en un eterno estado 

de palpitante parafilias 

Su deber más sacro 

consistía en nutrirlas,

cuidarlas,

amarlas... 


Le gustaba echarle sal a la herida

disfrutaba de la expectativa 

(el juego previo)

la excitaba el dolor,

(el masoquismo) 

aunque odiaba tener que esconder

(la máscara)

su preciada perversión,

se complacía en manipular

(el control)

a los ignorantes ilusos 

que se preocupaban por ella

Pero lo que más la satisfacía 

lo que la hacía retorcerse de placer 

hasta perder la razón 

(locura)

era clavar sus garras 

en la tierna piel 

(fetiche)

que temblorosa cedía

al hambriento desgarre 

(el acto)

y la dejaba en un placido estado 

de gozosa y nublosa agonía 

(el clímax) 


Le gustaba idolatrar sus heridas

añoraba la enfermiza paz 

(droga contra la realidad)

encontrada en el sufrimiento 

que su macabro culto le traía

(narcicista religión),

pero dicha satisfacción 

era de efímera condición 

y como toda adicción 

creció en hambrienta mutación 


Creció y creció 

hasta que ella descubrió 

con gozosa manía

que nunca sería suficiente

que cada vez tenía que hurgar más hondo,

que cada vez tenía que clavar las garras 

con más fuerza,

y que cada vez tenía que desgarrar más 

la ya de por sí arralada piel 


Creció y creció 

hasta que en desesperada agonía 

hurgó tan hondo que nunca más emergió 

y se convirtió en un sinser irracional,

masa informe de sangrantes heridas...

 

Le gustaba coleccionar heridas 

su pasatiempo favorito 

era agrandar su colección 

Su deber más sacro 

era mantener a sus victimas 

en un estado de eterna aflicción 

y así alistarlas y engordarlas

para su acto de mayor devoción 

ingerirlas,

absorberlas,

engullirlas...

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